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“Stasiland”

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stasiland

Se ha escrito mucho sobre el nazismo, pero de la Stasi y la RDA, menos. Al fin y al cabo,  se han tenido más años para estudiar el primero, pero sólo hace 25 años que el muro de Berlín cayó y supongo que aún son muchos los que no quieren hablar precisamente porque han pasado de tener la sartén por el mango a vivir en la sombra.  De eso precisamente trata “Stasiland”, una obra de Anna Funder que retrata el lado más amargo de la RDA, y lo hace a través de las víctimas de la Stasi, que se niegan a que el tiempo borre lo sucedido y la gente se quede con la cara amable que muestran algunos museos y películas, y los mismo agentes de la RDA, que a menudo se ven como pobres incomprendidos que no hacían más que luchar contra el capitalismo y la corrupción.

Anna Funder se entrevistó con víctimas y perseguidores a finales de los 90: para muchas de las víctimas, hablar con ella tuvo un efecto catártico. Otras, ni se reconocían como tales. Y entre los agentes de la Stasi, prima sobre todo la sensación de fidelidad a un régimen ya muerto, y sobre todo, el miedo a que se conozca su pasado.

Algunas cifras que da Funder hablan por sí solas: antes de que cayera el muro, 97.000 personas trabajaban para la Stasi y tenía además 173.000 informadores. Eso hace un total de un agente oficial o un espía por cada 63 personas. Si se incluye a los informadores a tiempo parcial, la cantidad se eleva a uno por cada 6,5 personas (y no había internet, ni Facebook ni nada que facilitara el espionaje, como sucede ahora con la NSA).

Cuenta Funder que cuando cayó el muro había tantos documentos incriminatorios de muertes y torutras por destruir que en la RDA se quedaron si destructores de documentos y tuvieron que ir de tapadillo a la RFA a por más.

Entre los documentos que se salvaron de la quema, aparecieron planes para una hipotética invasión de Berlín occidental, que empezaron a preparse en los 60 y en los que aún se trabajaba… ¡en 1985! y que detallaban hasta las condecoraciones que se darían en caso de victoria.

Pero lo más demoledor, sin duda, es el control absoluto que la RDA ejercía en sus ciudadanos a través de la Stasi. Puso en marcha un auténtico imperio del miedo y el terror que no se basaba en la paranoia, sino en la realidad (se hablaba del “mauer im kopf”, el “muro en la cabeza”). Como cuenta uno de los propios agentes a los que entrevistó Funder, a finales de los 80, el 65% de los líderes religiosos colaboraban con la Stasi… los mismos líderes en los que confiaban a menudo los resistentes al régimen porque las iglesias se convirtieron en uno de los centros de reunión de la disidencia. Había incluso un “archivo de olores“: ya fuera hurgando en la basura o con triquiñuelas, la Stasi se hacía con muestras de olores de los perseguidos, las guardaban en tarros y en caso de emergencia, ya tenían qué dar a los perros para darles caza.

Lo que venía después, lo que sucedía si te convertías en “persona non grata”, se puede ver en la cárcel de Hohenschönhausen, en pleno Berlín, pero que entonces era una isla dentro de otra isla, en cuyos alrededores sólo vivían los que trabajaban en la prisión (igualito que en Sachsenhausen, por cierto).

 


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